Ley animal con visión humana
En los últimos años, el diseño de leyes relacionadas con el bienestar animal ha generado un amplio debate sobre el equilibrio entre la protección de los derechos de los animales y la consideración de los derechos y necesidades humanas. Una legislación que omite el componente humano no solo resulta ineficaz, sino que también genera conflictos sociales, económicos y culturales que socavan su propia viabilidad.
La relación inseparable entre bienestar animal y humano
El bienestar animal no puede analizarse en un vacío que excluya a las personas, ya que los seres humanos son los principales responsables de cuidar y manejar a los animales. Esto incluye desde las prácticas de crianza en sistemas productivos hasta el cuidado de animales de compañía. Según la Organización Mundial de Sanidad Animal (OMSA), el bienestar animal está intrínsecamente vinculado al bienestar humano. Negar esta relación implica ignorar que, para proteger y respetar a los animales, primero se deben garantizar las condiciones que permitan a los seres humanos actuar como guardianes responsables.
David Fraser, experto en ética y bienestar animal, señala que «el bienestar animal se logra cuando los sistemas humanos que los manejan son éticos, sostenibles y socialmente aceptables». Esto significa que cualquier legislación que busque proteger a los animales debe considerar las necesidades de los grupos humanos involucrados, desde pequeños productores hasta comunidades rurales que dependen económicamente del manejo de animales.
El peligro de excluir la realidad social y cultural
Algunas corrientes ideológicas han promovido la percepción del ser humano como un «depredador» que debe ser restringido y, en casos extremos, criminalizado por su relación con los animales. Este enfoque es problemático, ya que omite que muchas prácticas humanas relacionadas con los animales son culturalmente significativas y sostenibles.
Un estudio del antropólogo Jared Diamond, publicado en Nature, argumenta que las relaciones humanas con los animales son complejas y varían según los contextos socioculturales. Por ejemplo, en comunidades indígenas, la interacción con animales cumple roles espirituales y de supervivencia, lo que evidencia que imponer marcos legales estrictos sin considerar estas particularidades puede destruir modos de vida enteros.
Además, marginar al ser humano genera leyes que difícilmente se cumplen. Según un informe de la FAO (2021), la implementación de normativas estrictas sobre bienestar animal en países de ingresos bajos y medios fracasa cuando no se involucra a los productores en los procesos de diseño y ejecución.
En ese sentido, la experta Temple Grandin ha argumentado que «la mejora de las condiciones animales es posible solo cuando se comprenden las limitaciones y capacidades de los seres humanos que los manejan». Este enfoque implica no solo establecer estándares de bienestar para los animales, sino también garantizar educación, apoyo técnico y recursos para las personas involucradas.
En suma, el componente humano de una ley animal no solo es injusto, sino también inviable. Los animales dependen del ser humano para su bienestar y las leyes que buscan protegerlos deben abordar las realidades sociales, económicas y culturales de las personas que interactúan con ellos.
Solo un enfoque integral permitirá una legislación verdaderamente efectiva y sostenible.