Domesticación y bienestar animal: complementarias y no contradictorias
Nada permanece inconexo en el planeta. Todos los elementos naturales y los seres vivientes están interrelacionados y son interdependientes. Hace miles de años el perro, por ejemplo, era un animal que vivía en libertad dentro de su ecosistema salvaje, pero en un momento se acercó al ser humano primitivo para alimentarse de los desechos de lo que cazaba y, desde entonces, no se alejó jamás.
La dinámica del desarrollo social y la construcción de la cultura intervino también y el ser humano aprendió lo que es el proceso de domesticación para diversos fines, ya sea de consumo, distracción, trabajo o economía, para lo cual debió haber analizado el comportamiento de cada especie y, de esta manera, fueron acercándose de manera simbiótica. Por lo tanto, los animales no fueron explotados, como se quiere posicionar desde diversos sectores radicales, sino que fueron acogidos, protegidos, alimentados e, incluso, fortalecidos genéticamente para que puedan resistir mejor ante diferentes condiciones.
El caso del cuy o conejillo de Indias es uno de esos procesos que se remonta a casi 10.000 años atrás y ocurrió en el Caribe y no en Sudamérica como se presumía. En ese caso, el fin fue y es el consumo, creando toda una cultura gastronómica que ha permanecido durante siglos. De igual manera hay otros incentivos que motivan la práctica de la domesticación, como lo son el trabajo y la recreación que se refleja en el caso del caballo de paso peruano, una especie que se logró tras 400 años de crianza y perfeccionamiento, y que actualmente está protegida por el Decreto Ley peruano número 25.919 del 28 de noviembre de 1992 y ha sido declarado raza caballar propia del Perú, convirtiéndose en un emblema nacional para ese país.
Es evidente que existen fines que resultan, al menos, cuestionables en cuanto a domesticación como el de los gallos o perros de pelea, o los toros de lidia, pero ello no puede estigmatizar negativamente a todo lo que constituye una simbiosis milenaria que se produjo desde siempre entre los seres humanos y varias especies animales que ha resultado de mutuo beneficio para ambos.
El concepto de bienestar animal no puede obviar esto que es una realidad y que ha perdurado desde tiempos inmemoriales, desde los sumerios que domesticaron a la vaca, la oveja, la cabra y el cerdo hacia el año 6.500 a.C., llegando hasta finales del 3.000 a.C. cuando domesticaron también al caballo y al camello.
Esta coexistencia es parte sustancial de la vida en el planeta y es en función de ello que deben estructurarse las nuevas visiones sobre el bienestar animal. Marginar esta realidad es simplemente inviable si lo que se desea es aportar a la construcción de nuevos y mejores escenarios de interacción entre especies.